Se me acercó en un bar, apartó a mis amigos a empujones y me dijo que le recordaba a un novio de su juventud. Uno que un día desapareció sin dejar rastro. Así, sin más.
Se puso tan pesada que tuve que enseñarle mi documento de identidad. Al ver otro nombre pareció decepcionada, pero aun así me preguntó si me acordaba de ella. Le dije que ¿cómo iba a recordarla si nunca antes la había visto? Me dijo que eso mismo le había dicho el otro, la primera vez. Me encogí de hombros y me preguntó que si quería irme a su casa para follar como follábamos entonces. No sé por qué me molesté, cualquier otro se hubiera aprovechado de la situación, porque estaba guapa, pero yo no quería darle la razón. Me negué rotundamente.
Al final nos fuimos a su casa porque vivía muy cerca. Mis amigos se marcharon temprano y no me quedó más que seguirle la corriente. Se notaba que estaba un poco sola… Y yo también andaba bastante solo, no lo voy a negar. Desde hacía unos meses –cuando la masajista turca me dejó por uno de sus clientes– que no me salía programa. Así que esta tía amnésica me vino de maravilla para despejar las ideas.
Follamos con desenfreno. Follamos en el suelo de la sala y por las paredes de la cocina. Follamos en la escalera de incendios y en el cuarto de huéspedes. Finalmente cuando llegamos a la cama me dijo que yo no había cambiado para nada. Luego se durmió con una carita de ángel que era como para una foto. La verdad es que yo ya estaba buscando los pantalones cuando me entró algo parecido a un cargo de conciencia. Porque la tía parecía sincera en su delirio; quiero decir: uno debe de estar muy loco para fingir un delirio en el que no cree. No sé si esto tiene sentido. La cosa es que me estaba vistiendo y pensé que sería justo dejarle una nota en el velador. Algo sencillo; hasta pronto y nos vemos… y a lo mejor mi número de teléfono. Porque de verdad que los polvos habían estado fuera de serie. Y entonces – cuando buscaba un lápiz en la cómoda – veo la foto colgada en el marco del espejo.
Era una instantánea de esas que ya no existen y que el Instagram imita todo el tiempo. Estaba en el marco del espejo, entre una tarjeta de navidad y una lista de ingredientes. Y en la foto estoy yo junto a esta tía en un lugar que no conozco. Y es algo así de pronto, algo que no puedo explicar. Pero estoy seguro de que soy yo en la foto y no otro tío cualquiera… Y aunque no recuerdo nada de la foto, sí recuerdo la camisa que tengo puesta. Es verano y estamos frente a un hostal de estilo rústico. Hay una cabaña de troncos y un lago al fondo. Hay mucho sol y gente con cámaras y sombrillas y chancletas.
Entonces me doy cuenta de que en ese jodido lago, alguna vez fuimos felices. Tuve que largarme sin dejar nota.
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