17. La señora Acosta
– Están hablando de nuevo – dijo la anciana, levantando la vista -. ¿No oye las voces?
– Sí, son los doctores… – dijo la enfermera.
– ¡No! En el edificio de al lado, ¿no escucha? Estas paredes son de cartón. Están hablando de mí. Son dos hermanas siamesas, una vez me las encontré en la escalera. Hablan de todo el mundo. Inventan cosas terribles, historias sangrientas. Se divierten como dos niñas y luego lo niegan todo. ¿No las oye?
– No estoy tan segura…
– Son dos hermanas siamesas. La portera me contó la historia. Dice que las separaron cuando eran muy pequeñas. No pensaban que sobrevivirían más de un par de días. Estaban unidas por la espalda. Nadie a visto la cicatriz pero dicen que ha crecido con el tiempo. De solo pensarlo se me revuelve el estómago. Y yo me la paso escuchando lo que dicen. Cuentos que inventan de amantes enfermos y de pretendientes muertos. Y después lloran como locas, las siamesas. Se revuelcan por el suelo y rasguñan las paredes. Y mientras tanto yo aquí; postrada como un mueble, enchufada a esta máquina de infortunio. Me pregunto por qué no he muerto. ¿Qué es lo que me ata a este mundo? Escucho los llantos histéricos, los murmullos. Ahora hablan de mí. ¿Las oye? Que mi hija se colgó de un poste, dicen. Que mi yerno murió en una tina ensangrentada, dicen. Que mi otra hija se fue al extranjero y que nunca me visita, dicen. ¿Dónde está el doctor que no me trae la medicina? Siempre desaparece y sabe que no me puedo levantar. Debo tomar la medicina a la hora establecida; de lo contrario el tratamiento es inútil.
– ¿A qué hora viene el doctor? – preguntó la enfermera, revisando la planilla al pié de la cama.
– No sé. Siempre que viene estoy durmiendo. El doctor es el que lleva la cuenta de todo. El manipula hasta mis recuerdos. A veces pienso que está tratando de envenenarme. ¿Por qué se tarda tanto?
– Está ocupado. Beba esto que le ayudará a descansar.
– ¿Dónde está la señora de aquí al lado?
– Ha tenido complicaciones. Estará en terapia intensiva…
– Ella siempre me lee las cartas, esa vieja maldita. Hecha los naipes sobre la cama y sus manos flacas andan sobre las figuras como animales de presa. El naipe de La Muerte representa el final de un estado de ser, eso me dijo esa vieja maldita. Es el principio que transforma y renueva las cosas. Siempre me está importunando con esas cartas. Las cartas y su viaje al Uruguay, eso es lo único de lo que puede hablar. ¿Será que finalmente se va a morir esa vieja?
– Todos vamos a morir – dijo la enfermera en un arranque.
La anciana la miró sorprendida y luego sonrió levemente.
– Solo hay que saber morir, ¿verdad?
– Descanse, señora Acosta – dijo la enfermera -. Es tarde para preocuparse por esas cosas.
Vaya letra silenciosa, que esconde gritos de esperanza en las tildes calladas por los puntos metidos, formando pausas entre la riqueza de lo natural a lo palido de lo repetido.
Usted debe ser amigo de don Guillermo para albergar ese empecinamiento telúrico hacia las palabras. Me quito el sombrero.
Al compás del sonido de un despertador
veo desde mi alcoba un nuevo amanecer;
y escribo sobre estos tiempos que vivimos;
¡¡rendijas que dan cabida al sol y su resplandor!!
hacen que en mi mente vuelva a crecer
esa idea vaga que sin sentido seguimos.
Me imagino como un loco construyendo prólogos
de libros que nadie ha escrito;
¡y que yo tampoco pienso escribir!;
mirada fija en papel blanco, fabricando apólogos
sobre los más grandes mitos
y leyendas que antes escuché decir.
Y hay un sol que ayer no pudo alumbrar;
lo cubrió una espesa e inmensa bruma;
¡hubo lucha entre niebla y claridad!,
y allá a lo lejos también se divisa el mar,
que ha perdido a su paso la tranquilidad;
¡¡una nube negra en sus aguas abruma!!
Una luna que en su caminar frío y lento
más de una vez no quiso alumbrar;
y es por causa de la neblina que ella se rehúsa…
Y es que trae niebla hasta el viento,
que con su rostro de vendaval renegado
hasta de poetas arrastra musas.
Y es que por eso llego a la conclusión;
y como ya he dicho, es así:
niebla hay a mi alrededor,
niebla en el sol;
una nube cubrió ayer su fulgor,
niebla sobre los árboles,
¡su misma sombra es niebla!…
(yo no sé por qué)…
niebla en la luna,
una nube trata de ocultarla,
niebla en el cielo,
el mar la elevó hasta allá…
niebla en mi ventana,
y la abrí, y entró en mí…
¡Pero no obscurece en mi ser!…
Alguna partícula obscura como la niebla
turba la mente de los gobernantes
de todo este mundo
(y quieren resolver todo con guerras)…
Niebla de pólvora en Iraq;
(Estados Unidos la causa también)…
niebla de humo de motores en las ciudades,
niebla en los campos,
(los incendios la causaron)…
Pero para estos tiempos, nombre ya encontré;
aunque a veces no sé si sea lo apropiado:
(pero es que hay bruma que más parece tiniebla);
Y todo así en tan solo un instante fue,
y quizás sea el nombre adecuado:
yo decidí llamarlos tiempos de niebla.
Niebla, pero, ojalá fuera niebla…
para que llueva paz y amor
en todos los hogares,
en todo el mundo…
y ya no tener que comparar
la niebla que se forma para que caiga la lluvia
con la mala niebla que confunde las mentes
¡¡y que vuelve confuso a este mundo
Una vez más: me quito el sombrero. Y esto no es algo que yo haga muy a menudo.