16. La máquina
Mi vida no se parece al sueño americano.
A las seis de la mañana enciendo la Máquina de Glue.
Blue Glue.
How are you?
How do you do?
La velocidad de la máquina se mide en piezas por hora.
Plástico detrás de plástico. Veinte mil piezas por hora. Una pieza detrás de la otra. La máquina dobla el material y lo pega. Millas por hora y un botón rojo. Emergency Stop. Al principio eso es todo lo que uno tiene en la cabeza.
Emergency Stop.
La máquina es larga.
Si algo va mal, una pieza se puede atrancar. A grandes velocidades un pequeño error es fatal. Veinte mil piezas por hora. Trescientas treinta y tres piezas por minuto. Cinco piezas por segundo. Plástico contra plástico contra metal. Una pieza se atranca. Un segundo más tarde, cinco piezas se han atrancado. Cuatro segundos más tarde, veintidós piezas…
Pegote amorfo.
El plástico cruje desesperado.
Si uno no está atento, las piezas saltan como petróleo o como fuegos artificiales.
Partes de metal pueden ser forzadas fuera de sus recorridos naturales. Metal contra goma, contra plástico, contra metal. Las poleas se pueden zafar del motor principal. O lo que es mucho peor, puede que no se suelten y que el motor siga girando desenfrenado. Pero como ya nada en la máquina gira, el motor se limita a zapatear contra el suelo tratando de levantar la máquina como si fuera el Titanic en su última cabeceada agónica. Cuatrocientas cincuenta libras de motor eléctrico tratando de alterar la órbita del planeta. El ruido hace pensar en una locomotora descarrilada. Las gomas se quejan como almas en pena. Hay olor a quemado y hay visiones del fin del mundo. Las empacadoras gritan como si las estuvieran rociando con gasolina. Todo el mundo grita. Es el caos general. Y todo esto porque uno se distrajo por un segundo.
Emergency Stop.
¿De qué me quejo?
Washington. Hamilton. Jackson. Franklin.
Eso fue lo que pasó aquel día con la máquina azul.
El Ruso me contaba del incidente de la noche en cuestión… cuando Clara se largó sin dar explicaciones.
Deja una respuesta