1. De cómo llegué a éste país
Abandoné mi país natal acusado de un crimen que no cometí, pero creo que la verdadera causa de mi exilio fue otra. Mi amor por Emiliana fue el origen de ésta historia.
¿Cómo evitar los subterfugios del dragón? Desperté en un barco de carga con rumbo al Uruguay con ésta frase grabada en la cabeza. Los detalles del sueño se perdieron pero la frase se quedó con migo, como para recordarme el absurdo de aquellos acontecimientos.
Emiliana era la mujer de mi padre y a lo mejor por esto mi crimen pareció más grave de lo normal. Mi padre se casó con ella al poco tiempo de la muerte de mi madre. No nos sorprendió la diferencia de edad ni la prisa con que se organizó la boda. La novia era una joven del pueblo que apenas había cumplido los veinte años. A pesar de los buenos augurios, las cosas nunca funcionaron como estaban previstas. Mi padre era un hombre ocupado y muy pronto se aburrió de su nueva esposa.
Emiliana pasaba sola en la hacienda y un poco por eso creció nuestra amistad. Yo la invitaba a ir a caballo hasta el ojo de agua. O íbamos a traer el ganado desde el Potrero Viejo. Yo cultivaba una imagen de arriero un poco leído y un poco romántico mientras planeaba qué hacer con el resto de mi vida. Emiliana se alegraba con mis invitaciones, un poco por aburrimiento y un poco también porque le agradaba mi compañía. Ninguno se imaginó lo que pasaría más tarde.
Por aquella época el clima político del país cambiaba rápidamente y mi padre trataba de adaptarse. La dictadura lo había beneficiado de manera indirecta, y si bien nadie podía acusarlo de nada debía asegurarse de que la democracia no sacaría a la luz sus antiguas alianzas. Empezó a participar en política y muy pronto se convirtió en candidato para la alcaldía. La campaña lo alejó cada vez más de la hacienda y Emiliana buscó cada vez más mi compañía. No sé cómo ni cuándo nos enamoramos. ¿Quién puede hacer planes en las cosas del amor? Eso algo que solo sucede. Como un rayo en medio de la tormenta.
Una noche nos besamos bajo las estrellas y el mundo perdió importancia. Lo demás fue tiempo. ¿Cuánto duró esta dicha absurda? Comprendí que la felicidad puede efímera. Cualquier intento de atraparla estaría condenado al fracaso. Me contenté con ese relámpago en medio de la tempestad. Me imagino que siempre supimos que aquello iba a terminar en tragedia pero no nos importó. Nos entregamos como dos niños.
Una noche, mi padre regresó de uno de sus viajes antes de lo previsto y nos encontró besándonos en la cocina. Se encolerizó y desenfundó un facón largo como una espada. Yo huí por una ventana y me refugié en la casa de mis tías.
Más tarde se precipitó la desgracia. Mi hermano menor había estado fuera de la hacienda. Él nunca se llevó bien con mi padre. Siempre se estaban enfrentando por las cosas más triviales y yo había sido el mediador. La noche de su llegada volvieron a discutir, pero ésta vez el encuentro fue más duro que antes. Mi padre lo acusó de mentiroso y traidor. Le dijo que seguramente sabía dónde yo estaba escondido. La discusión se tornó violenta y mi padre desenfundó el mismo facón de siempre.
Más tarde, mi hermano me juró que había sido un accidente. Forcejearon, el viejo resbaló y cayó sobre su propio facón. Eso fue todo.
No sé por qué me pareció lo correcto hacerme cargo de la muerte de mi padre. De alguna forma había sido mi culpa. Así fue como abandoné la estancia. En unas pocas horas mi hermano me juntó ropa y algún dinero. Cabalgué toda la noche hasta la estación del tren que me llevaría hasta el puerto. Crucé al Uruguay y luego de un par de semanas abandoné el hemisferio sur.
¿Cómo evitar los subterfugios del dragón? Muchas veces me he preguntado sobre el significado de ésta frase. También me he preguntado por Emiliana. He recordado su sonrisa clara y nuestras cabalgatas en aquellos atardeceres vírgenes. ¿Qué habrá sido de ella?
Que bueno digerir esas letras…..
Hace tiempo no te leía y la verdad hasta ahora te echo de menos….
Recuerdo aquel editor de Long Island que pasó por una y todas…!
Sigue, sigue, sigue…
Emiliana te manda saludos…, la veía tan sola después de tu partida que me le fui arrimando de a poquito para consolarla… Yo sé que vos hubieses hecho lo mismo…
En cuanto a los subterfugios del dragón… yo también me hago la misma pregunta.
¡Un abrazo!
José